sábado, 23 de marzo de 2013

La Biblia en verso

Diego Antonio Coello de Portugal, tesorero de la Abadía de Alcalá la Real, autor de una biblia en verso.


Por José Luis Ayerbe Aguayo y Carlos González Callejas.

Filii tibi sunt? Erudi illos et curva illos a pueritia cervicem illorum.
Liber Iesu filii Sirach (sive Ecclesiasticus), 7:25.


Con esta comunicación pretendemos dar una breve noticia sobre este personaje, don Diego Antonio Coello de Portugal, autor de una biblia en verso y ligado a Alcalá la Real, al menos nominalmente, por titularse él mismo en las publicaciones que nos ocupan como tesorero de su Abadía.

Obviamente, la Biblia en su origen está en verso. De todos es conocida la expresión la biblia en verso para querer significar algo prolijo, farragoso, plúmbeo o complejo, a la par que inútil. Para su vigésima tercera edición el Diccionario de la Real Academia propone definir la expresión biblia en verso o biblia en pasta de la siguiente manera:
1. exprs. coloqs. Esp. U. como remate exagerado de una enumeración. En su cajón había botones, cartas, frascos...: la biblia en pasta.
Nace, según parece, esta expresión de la labor que realizara José María Carulla (1839-1912), catalán afincado en Granada, y personaje pintoresco donde los haya, que acometió la titánica y estéril tarea de versificar en castellano todos los libros de la Biblia. Su ingenua fe le llevó a arrastrar en una carretilla sus 25 kilos de versos hasta el Vaticano con el fin de ser recibido por el mismísimo Papa y la pretensión de que la Iglesia sufragara la publicación de su ardua obra. Allí fue diplomáticamente despedido, aunque tras haber obtenido como distinción a su magna empresa la Cruz Pro Eclessia et Pontifice. De Carulla encontramos noticia en diccionarios paremiológicos como los de José María Iribarren o Vicente Vega, o nos aparece como personaje en obras como de Josep Pla o le han dedicado evocaciones periodísticas Gallego Morell y Camilo José Cela. Abogado de profesión y con ansia de gloria literaria, llegó a escribir una traducción versificada de la Divina Comedia de Dante y se dice que ofrecía y hasta vendía sus versos a todo aquel que los necesitara. En el Museo Provincial de Bellas Artes de Granada se conserva un cuadro en el que el pintor Gabriel Morcillo acertó a retratar la esencia de este personaje popular. Hombrebueno, candoroso y algo quijotesco, estas son algunas de sus perlas:
Jeroboam potente
engendró a Eliecer alegremente.
Judit salió de Betulia
como quien va de tertulia.
En Canaán no hay que beber
y el agua se vuelve fino jerez.
Cristo entró en Jerusalén en un momento
porque en vez de pie usó un jumento.
Tres eran tres las tres Marías,
todas hermosas y todas muy pías.
O su más celebrado ripio:
El niño Jesús nació en un pesebre,
Donde menos se piensa, salta la liebre.
El manuscrito de su obra hoy reposa en la Abadía del Sacromonte a la espera de un necesario, si no editor, al menos antólogo. Esta simpar obra, aunque inédita, fue ampliamente conocida por todo el territorio nacional, convirtiéndose en burla, befa y mofa en plazas, mentideros y tertulias, siendo, como queda dicho el origen de la locución señalada. Baste como resumen de estas valoraciones el que hace un sarcástico comentarista en 1898 en la revista Madrid cómico[1], dirigida por Clarín, que, haciendo alusión a la guerra con Estados Unidos y la finalización de la obra de Carulla, exclamaba: 
¡Señor misericordioso, no extremes tus rigores, aparta de nosotros de las calamidades una!
O guerra sin Carulla o Carulla sin guerra.
El sufrimiento humano tiene sus límites.
Puede haber un arreglo.
Que ceda Carulla su traducción poética del libro santo al depósito de municiones del depósito [sic] de la guerra.
¡268.210 versos arrojadizos! […]
¡Y qué tiemblen los yankees!
No obstante, nuestro héroe tiene antecedentes.

Conocemos una versificación del siglo XVIII de algunos fragmentos de la historia sacra editados por Guillermo Carnero[2] que los atribuye a Ignacio de Luzán, el autor de la Poética. Se trata de una copia manuscrita de 257 octavas en las que su autor traduciría y trasladaría a verso castellano un original latino alemán. El propio editor concluye que no serían más que un ejercicio de latinidad que quedó inédito. Reproducimos, como ejemplo, el episodio en que Lot y su familia huyen de Sodoma y Gomorra (nótese el detalle misógino-culinario con el que acaba la estrofa):
Loth y sus hijas caminan
sin volver atrás la cara
a las perversas ciudades
que Dios con su fuego acaba.
Pero su muger, que mira,
de sal se vuelve en estatua.
¡O, si su fragilidad
con esta sal se enmendara!
Sin embargo, quien sí editó, no sólo una vez, sino varias, un resumen versificado de la historia sagrada fue nuestro autor, que pudo perfectamente ser la fuente de inspiración para que Carulla acometiera su obra.

Diego Antonio Coello de Portugal y García del Castillo (1774-1849), con kilométrico nombre, como corresponde a la familia jiennense de rancio abolengo de la que procedía, nace en Mancha Real, es oficial del Ejército y contrae nupcias en dos ocasiones, nupcias que le proporcionaron una copiosa descendencia de doce hijos. Igualmente fue fecundo en escritos, hasta el punto de ser considerado por algún estudioso como primer cronista de Jaén. Podemos encontrar noticia de su extensa producción en los diccionarios bibliográficos de Caballero Venzalá y Aurelio Valladares[3]. Sus centros de interés son básicamente dos: loas al rey Fernando VII desde la época de Godoy hasta casi el fin de su reinado y versificaciones de temas piadosos. El Trono y el Altar, a los que él mismo alude en sus versos y que aparecen entreverados.

Dentro de los escritos religiosos señalaremos, por ejemplo, varios rosarios en verso, poemas al Santo Rostro o a la beatificación de Juana de Aza, madre de Santo Domingo de Guzmán. Baste como muestra señalar el siguiente título: Canto épico. El triunfo de la gracia en la conversión de Zabdia Bensabé, mora la más obstinada en la creencia de su falsa ley: catequizada y bautizada en la Santa Iglesia Catedral…

Nos centraremos en tres de las obras con esta temática devota. En 1819 publica en Jaén una Égloga al nacimiento del Niño Dios[4] en verso en la que unos pastores cantan la gloria del advenimiento de Jesucristo. Él mismo declarará que la buena acogida de esta obra le animó a ampliarla en lo que sería el Breve epítome de la Historia Sagrada del Viejo y Nuevo Testamento[5] en 1826. El diálogo de los pastores se amplía para ir presentando en verso un resumen de la Biblia hasta los hechos de Pentecostés. Dos años más tarde publica el Breve epítome del Viejo y Nuevo Testamento e Historia Eclesiástica hasta el Pontificado…[6] En esta obra Coello añade dos tomos con las vidas de los apóstoles y la historia de la Iglesia. De lo que no cabe duda es de que se sintió cómodo con este proyecto de versificar la historia sagrada, habida cuenta de que la égloga consta de 48 páginas, el segundo libro llega a las 304 y el tercero alcanza el millar en sus tres volúmenes. 

En esta tercera obra se listan entre otros obispos, que ofrecen 40 días de indulgencias a los que leyeren la obra, a Manuel Cayetano Muñoz, obispo in partibus de Licópolis y Abad Mayor perpetuo de Alcalá la Real y a Antonio Sánchez Matas, obispo y nuevo Abad. En las dos biblias Coello se presenta como Administrador Tesorero de Cruzada de esta Diócesis y Abadía de Alcalá la Real. Obviamente, el cargo de tesorero no sería el referido propiamente a esta Abadía, que, por otra parte, junto con el de caudatario y el de oficial de secretaría, fueron suprimidos en 1824[7]. El cargo, concretamente, alude a la administración de cruzada, impuesto dedicado en origen a sufragar gastos en la lucha contra infieles y que en esta época gestionaba algunos impuestos y gabelas especiales, aparte de dar lustre social, protocolario y honorífico a su poseedor y podría ser tan solo alguna forma de sinecura. La referencia como tesorero de esta Diócesis y Abadía de Alcalá la Real hace pensar en que el cargo se aplica haciendo referencia a toda la provincia; de ahí la referencia a las dos entidades eclesiásticas en las que se dividía, por lo que la vinculación de nuestro autor con la Abadía sería mínima, nominal, si no nula.

Además hay que señalar que en fecha tan temprana como 1808 Coello se ufana en las ediciones de sus libros del título honorífico de Caballero Maestrante de la Real de Ronda, a los que luego suma el de Socio de mérito de esta Real Sociedad y de la de Granada. El cargo de tesorero no aparece en uno de los libros de 1823 y desaparece la referencia a la Abadía de Alcalá, aunque permanece la del cargo referido a esta diócesis, en La Beata Juana de Aza de 1829, lo que refuerza la breve vinculación de este autor con esta abadía, que se daría en los años en los que redacta su obra más ambiciosa, nuestra Biblia en verso.

Respecto a esta versificación abreviada de la Biblia, surgió en la Égloga como diálogo bucólico de los pastores betlemitas, que en vez de cuidar cabras (como su oficio indicaría) o hablar de amores (como el tópico bucólico requiere), repasan la historia sagrada. El resultado gustó al propio poeta y a su público, lo que le animó a ampliar la historia en el Breve epítome de la Historia Sagrada y acabó con el ambicioso proyecto de compendiar la historia sagrada e incluir la historia de la Iglesia en el Breve epítome del Viejo y Nuevo Testamento. Observamos cómo en el último libro cambia el diálogo entre pastores para hilvanar el relato sacro por medio de una conversación pía en la que un padre de familias adoctrina a sus hijos en la historia sagrada mediante el verso en el transcurso de varias tardes del templado otoño. No deja de ser curiosa esta expresión latinizante que remite a la autoridad y función moralizante que conlleva el páter familias.

Coello versifica utilizando el madrigal, esto es, endecasílabos y heptasílabos con rima consonante que se distribuye a gusto del poeta. En algún tratado de métrica, como en Antonio Quilis, se recomienda que los madrigales sean breves. Efectivamente, la elección métrica, aunque cómoda para la creación, no casa con un poema de tan extensas dimensiones y produce un efecto de artificiosidad y pesadez. Amén de una sintaxis demoníaca en más de una ocasión. Baste como ejemplo de su estilo correoso el siguiente fragmento en el que narra el episodio del becerro de oro con un taurino toque antisemita:
EL PADRE
[…] El castigo de aquella idolatría
un profeta le anuncia, y cuando estaba
en el altar profano
al estender su mano
para manifestar que se prendiera
al que el infausto anuncio le decía,
como seca la viera
al mismo suplicaba,
que oración a su Dios por él hiciese,
y que buena la mano le pusiese.
AURORA.
El pueblo de Israel nunca escarmienta
de sus pasados yerros,
y por su Dios prefiere
a los mismos becerros,
aunque siempre les hiere
su aguda cornamenta.

Caballero Venzalá señala, con ironía,que
Coello fue el más prolífico poeta neoclásico que ha tenido Jaén. La frialdad retórica, ausencia de pálpito emocional, envaramiento y tono altisonante que caracterizan a la escuela, encuentran en él un adecuado representante.
Y Aurelio Valladares lo despacha como
Poeta de corte clásico que nos ha dejado una extensa producción, donde la calidad lírica es más bien escasa.
En este aspecto, reseñaremos brevemente, que sus versos, en algunos casos ripiosos, no llegan a tener la enjundia que alcanzará Carulla posteriormente. Por otra parte, apuntamos la adopción de una expresión formal dieciochesca (lo que quizás hace que Caballero Venzalá lo califique de neoclásico) junto a un contenido tradicionalista, frente a la fórmula de atribuir automáticamente formas neoclásicas con espíritu ilustrado.

Resulta cuando menos curioso el contexto de la obra de Coello. Resulta que hasta el día de San Antonio de 1757 no firmó Benedicto XI el decreto por el que se permitían las traducciones de la Biblia a las lenguas vulgares. A pesar de eso, no es hasta 25 años más tarde que la Santa Inquisición permite la lectura del libro sagrado a los fieles. El decreto de esta benemérita entidad es de 7 de enero de 1783, poco más de cincuenta años antes de que nuestro Coello la epitomizara brevemente.

Resulta que las primeras traducciones a nuestra vulgar lengua lo fueron parciales, y casi siempre versiones en verso de libros originalmente en verso también como los Salmos y las Lamentaciones. La primera traducción completa de la Biblia lo es de la Vulgata y la realiza un escolapio llamado Felipe Scío de San Miguel, básicamente por su propia mano y con protección del mismísimo Carlos III, siempre tan preocupado por el bienestar, en este caso espiritual, de sus súbditos. La magna obra vio la luz entre 1790 y 1793 en 10 volúmenes que, según Sánchez Caro[8], costaban 1.300 reales, que era más de tres veces lo que entonces cobraba al año un maestro de primeras letras, el equivalente de lo que costaban una diez vacas en plena producción. Al parecer, la segunda edición costaba, sin los grabados, sólo 1.008 reales, según la misma fuente, en todo caso carísima y, por tanto, sólo accesible a la nobleza y a personas muy bien acomodadas.

Ésta es la traducción en la que se basa Coello, según Caballero Venzalá. Al parecer, la traducción de Scío se siguió utilizando durante una gran parte del siglo XIX junto con la siguiente traducción, la de Félix Torres Amat, que data de 1823-25 (9 volúmenes), quizá demasiado contemporánea de la versión de Coello como para que la usase. Estamos lógicamente hablando de traducciones completas y católicas con todas las de la ley, y no la famosa Biblia del Oso de Casiodoro de Reina y demás impenitentes herejes.0

Sánchez Caro dice de estas dos traducciones que ambas nacieron casi a la defensiva, en una sociedad en la que no sólo se consideraba innecesario que la gente leyese la Biblia en su lengua, sino que la mayoría de sus hombres ilustrados [se ve que no Coello: o no se enteraba, o no era ilustrado, aunque sí neoclásico, según Caballero Venzalá] consideraban esta lectura dañina para el pueblo. Un pueblo que en su mayoría, aunque hubiera querido, aún no la podía leer, bien porque no tenía dinero para libro tan caro, bien porque sencillamente no sabía leer.

Como apoyo a esto, puede añadirse que todavía en 1866 se publicó en la muy europea Barcelona la obra La lectura de la Biblia en lengua vulgar, juzgado [sic] según la Escritura, la Tradición y la sana razón, de Jean-Baptiste Malou, obispo de Brujas. La edición original belga es de 1846. En esta obra se viene a decir, a la letra, que es lícito leer la Biblia, pero nunca necesario y en la mayoría de los casos inconveniente.

En este sentido y respecto a la intención de las obras es curioso analizar los distintos inicios de las obras. Así los encabezamientos de la Égloga y del Breve epítome de la Historia Sagrada son una cita de Lucas, 2 (por supuesto, en latín, de la Biblia de verdad) que alude a los pastores e inician las obras con los siguientes versos:
Los sencillos pastores
que en los alrededores
de Belén habitaban,
mientras otros recitan amores
ellos tan solo se ocupaban
en la contemplación de la Escritura,
cuya santa lectura
estaba reservada a los Doctores;
pero el pueblo sabía
todo lo substancial que contenía:
Mucho más instruidos y morales
que nuestros corrompidos mayorales,
que a pesar de su rústico oficio
resbalan obcecados en el vicio […].
La Escritura está reservada a los doctores y el pueblo debe conformarse con lo sustancial. Por otra parte, obsérvese la diferencia entre estos pastores instruidos y morales y los mayorales modernos. ¿En qué terrible vicio resbalarán que entra en conflicto con su rústico oficio?

El cambio de planteamiento en la tercera obra, el Breve epítome del Viejo y Nuevo Testamento, modifica la forma, pero no la substancia; esto es, dar a conocer al vulgo, y en especial a la juventud díscola, lo esencial de la historia sagrada.

Cambio que observamos desde la cita inicial: fili tibi sunt, erudi illos. Coello o el impresor yerran en la cita, cita con la que nosotros encabezamos nuestro artículo. No es fili sino filii. Peor es la referencia que da Coello que la sitúa en Proverbios, cuando se trata de un versículo del deuterocanónico Eclesiástico (al menos pone erudi illos y no eruditillos). La traducción vendría a ser: ¿Tienes hijos? Edúcalos (o instrúyelos, o adoctrínalos). Lo curioso es que Coello no acabe el versículo: filii tibi sunt, erudi illos et curva a pueritia cervicem illorum (¿Tienes hijos? Edúcalos y doblega su cerviz desde la niñez).

El propósito declarado de estas obras es ofrecer una lectura edificante frente a la nefanda influencia de los libros traducidos que traen los ideales de la Ilustración a nuestro suelo. Así en el inicio de la obra:
Un Padre de familias convencido
de que los malos libros han causado
la gran revolución que hemos tocado,
y que a la juventud han corrompido;
que se han reproducido
de Voltayre los errores,
de Rousseau, Diderot, y otros autores
que nuestra lengua hispana han traducido,
do corren hoy impresos,
y como tanto halagan las pasiones
con seductor estilo muy obceno
hacen muchos progresos
en todas las naciones,
y si no se procura poner freno
a este feroz caballo desbocado
caerá precipitado
del abismo en el seno.
El contexto de estos libros es la década ominosa tras el trienio liberal y la lucha a muerte entre defensores del Antiguo Régimen y liberales en España. Son los tiempos del reinado de Fernando VII, al que nuestro autor le dedicó gran parte de sus juegos florales, en los que, frente a la introducción de los ideales ilustrados transmitidos por estas traducciones a las que alude Coello, se oponen los defensores de la tradición, aunque con harta mediocridad. Así se lamentaba Menéndez Pelayo[9]:
Único alimento de aquella juventud entontecida con frenéticas declamaciones tribunicias eran los peores libros franceses del siglo XVIII, ya en su original, ya en las traducciones […] lo más afrentoso en que se ha revolcado el entendimiento humano, la más indigna prostitución del noble arte de pensar y escribir, estaban de moda, y hasta las mujeres las devoraban con avidez […].
Frente a esta invasión se produjo una reacción apologética de la que el mismo Menéndez Pelayo lamenta que es casi tan flaca y desmedrada como la revolucionaria, señalando algunos ejemplos, como los libros del P. Vélez: Apología del altar y el trono o su Preservativo contra la irreligión. Es en esta línea en la que nuestro Coello quiere colaborar con su obra dirigida a los más jóvenes.

Por otra parte, se intuye en los dos epítomes un particular interés áulico y monetario. En el de 1826, al anunciar la ampliación de la obra, alude en nota al final del libro a un deseo de obtener la licencia como empleado público y pasar a la corte:
[…] y deseando presentarla a S. M. en su augusto día, como prueba de su afecto y adhesión a su Real Persona, la ha concluido en 22 de Mayo de este mismo año, para elevarla a sus Reales manos, si obtiene la licencia como empleado público con tiempo, para pasar a la Corte; Y también ofrece continuar con este mismo estilo en la segunda parte los hechos de los Apóstoles, establecimiento de la Iglesia y su historia, si el público recibe benignamente estos trabajos que se ha tomado el Autor, con el laudable objeto de que la juventud se instruya en los primeros elementos de nuestra Santa Religión.
En el prólogo al benévolo lector de la edición de 1828, tenemos noticia de que se ha rechazado cortésmente su pretensión de que el libro se impusiera como lectura en todos los colegios (todo un negocio). Coello reproduce las palabras del secretario de la Junta de Estudios que, con fecha de 1826, le comunica
Que en la censura de esta obrita se hace el debido elogio de su mérito, pero que no convenía mandar, que se diese en todas las escuelas del Reyno, por no aumentar el número de los libros que han de manejar los niños […].
Aurelio Valladares informa de que Coello solicitó apoyo para esta obra a la Sociedad Económica de Amigos del País. Parece que Coello de Portugal fracasó en sus ambiciones cortesanas y económicas.

Sin embargo, donde sí tuvo éxito nuestro personaje fue con su prole, llegando su primogénito Diego, periodista y diplomático, a ser diputado en Cortes y senador por el partido conservador y al que se le concedió título nobiliario de Conde de Coello y Portugal como reconocimiento a su participación activa en la Restauración. Otro de sus hijos, Francisco de Paula, militar, amigo de Pascual Madoz, sería reconocido como el geógrafo español más eminente de su época junto a éste. Y otro de sus hijos, José, militar laureado, alcanzaría altos puestos dentro de la escala castrense. Los tres heredaron de su padre el gusto por publicar, aunque quizás con mayor fortuna.


NOTAS



[1]. - Madrid cómico. Madrid: Imprenta de M. G. Hernández, 1898; Nº 792, año XVIII, 23 abril 1898.
[2]. - CARNERO, Guillermo: “La Biblia en verso de Ignacio Luzán (257 octavas inéditas)”, en Anales de Literatura Española, Nº 6. Alicante : Universidad, 1988.
[3]. - CABALLERO VENZALÁ, Manuel: Diccionario bio-bibliográfico del Santo Reino de Jaén, II, C. Jaén : Instituto de Estudios Giennenses (C.S.I.C.) / Excma. Diputación Provincial de Jaén, 1986, pp.279-282.
VALLADARES REGUERO, Aurelio: Diccionario bibliográfico de la provincia de Jaén.III, siglo XIX (A-G). Úbeda: autor, 2012, pp. 166-170.
[4]. - COELLO DE PORTUGAL, Diego Antonio: Égloga al nacimiento del Niño Dios, que escribía D. Diego Antonio Coello de Portugal, Caballero Maestrante de la Real de Ronda, y socio de mérito de esta patriótica Real Sociedad, y de la de Granada. Jaén : imp. D. Manuel María de Doblas, 1819.
[5]. - COELLO DE PORTUGAL, Diego Antonio: Breve epítome de la Historia Sagrada del Viejo y Nuevo Testamento puesta en verso por D. Diego Antonio Coello de Portugal, Caballero Maestrante de la Real de Ronda, Socio de Mérito de esta Patriótica Real Sociedad y de la de Granada, y Administrador Tesorero de Cruzada de esta Diócesis y Abadía de Alcalá la Real, que dedica a la Reyna Nuestra Señora Doña María Josefa Amalia de Saxonia. Jaén : imp. Manuel María de Doblas, 1826.
[6]. - COELLO DE PORTUGAL, Diego Antonio: Breve epítome del Viejo y Nuevo Testamento e Historia Eclesiástica hasta el Pontificado del SSmo. Padre León XII que hoy gobierna la Iglesia santamente. O conversaciones religiosas en que un padre de familias refiere a sus hijos los principales hechos de estas historias. Puesto en verso por D. Diego Antonio Coello de Portugal, Caballero Maestrante de la Real de Ronda, Socio de Mérito de esta patriótica Real Sociedad y de la de Granada, y Administrador Tesorero de Cruzada de esta Diócesis y Abadía de Alcalá la Real. Jaén : imp. de la viuda de Gutiérrez, 1828. 3 vols.
[7]. - AA.VV.: Alcalá la Real. Historia de una ciudad fronteriza y abacial. Tomo III. Alcalá la Real : Ayuntamiento, 1999.
[8]. - SÁNCHEZ-CARO, José Manuel: "Historia de la Biblia en España", pp. 324-328, excurso en PÉREZ FERNÁNDEZ, Miguel y TREBOLLE BARRERA, Julio: Historia de la Biblia. Madrid-Granada : Trotta-Universidad, 2006.
[9]. - MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino: Historia de los heterodoxos españoles. Vol. II. Madrid : BAC, 1987.

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